Jürgen Schuldt
Universidad del Pacífico
A diferencia del perro del hortelano, ese que no come ni deja comer, el de mi abuelito come lo que pide, cuando lo pide y aunque no lo pida. Y, en efecto, en estos últimos años ‘Hidrocarburo’, así se llama el angelito engreído, ha comido hasta el hartazgo, bien acomodado en nuestra más fina alfombra, la joya de la casa.
Tanto así que, al 31 de diciembre del año pasado, ha logrado conseguir concesiones hidrocarburíferas que abarcan nada menos que 322.000 kilómetros cuadrados de la Amazonía peruana, que equivalen al 41,2% del área total, cuando en 2003 abarcaban apenas el 7,1%. Se trata de 52 concesiones de gas y petróleo activas, siete de las cuales están en fase de explotación y el resto en la de exploración. Actualmente se gestionan acuerdos técnicos de evaluación en 10 áreas adicionales, lo que llevaría el área total de concesiones o de contratos técnicos a 445.000 km cuadrados, el 57% de nuestra Amazonía. Es decir, ya que el abuelo-gobierno ha sido tan cariñoso, ha logrado faenones impresionantes atrayendo a ‘Hidrocarburo’ y una infinidad adicional de esa misma raza, más conocida como IED.
Como ‘Hidrocarburo’ y sus similares pueden entrar donde quieran, cuando quieran y como quieran, han sabido bien aprovechar la bondad del abuelito para acomodarse en los lugares más delicados de nuestra casa amazónica con su invalorable diversidad biológica y cultural. En efecto, han tenido la osadía de hacer que esas concesiones cubran el 17% del sistema de áreas protegidas –de un total de 35– de nuestra rupa rupa y más de la mitad de todas las tierras tituladas de las comunidades indígenas a las que el gobierno había otorgado 1.232 títulos y que ahora vende o concesiona sin su consentimiento, por lo que no deben sorprender los repetidos conflictos. A nadie le llamaría la atención que pronto se abran a la exploración, tanto algunos de los trece parques nacionales y santuarios que deberían estar excluidos de la exploración y explotación, como las tierras de las cinco reservas territoriales para proteger a las etnias en aislamiento voluntario. Moraleja para la inversión foránea: tengan la seguridad de que en el Perú no hay perros del hortelano, como rumorean por ahí; los que abundan y tienen patente de corso son los que se parecen al de mi abuelo.
¿Qué hacer? Por lo pronto llevar a cabo un debate nacional en torno al impacto que ese efusivo extractivismo ejerce sobre los grupos humanos que pueblan la Amazonía y sobre sus derechos y los que tiene la propia naturaleza. Y, en el muy corto plazo, iniciar una campaña –siguiendo el ejemplo del Yasuní ecuatoriano– para evitar la exploración del Lote 67, aledaño precisamente al anterior, que es una reserva natural. La propuesta del vecino –por su impacto en el medio ambiente y las etnias que lo habitan– consiste en dejar el petróleo bajo tierra, para lo que se pide apenas el 50% de lo que cobrarían por su explotación. Esa meta –unos US$ 400 millones anuales durante 15 años– se alcanzaría con la venta de certificados de carbono y contribuciones de los países desarrollados, causantes de la debacle ambiental, a partir del correspondiente marco jurídico global de corresponsabilidades comunes, pero diferenciadas.
Fuente: La república
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