Hace más de un mes que terminó la Conferencia de Cambio Climático de Copenhague y esto permite haber digerido un poco (no mucho) lo que ha significado y ponerla en contexto. De entrada, hay que tener presente que las expectativas para esta conferencia no eran gratuitas. Si miramos tres años atrás, cuando se marcaba el camino hacia Bali, ya se señalaba que 2009 debía ser un año importante para las decisiones a tomar para hacer frente al cambio climático.
Fueron tres años de mucho trabajo, muchas y muchas horas de miles de personas para llegar a esta COP15. Sin embargo, no se han alcanzado las metas que se marcaban en este camino y, cuando se busca la parte positiva, hay que decirla con la boca pequeña porque sabemos que no estamos donde deberíamos estar. Copenhague ha dejado un mal sabor de boca a todo el mundo.
De todos modos, creo que es interesante ver como el desarrollo de la propia conferencia es un reflejo del mismo proceso. La situación vivida por muchos de los representantes de las organizaciones acreditadas es muy ilustrativa de todo el proceso. En todo momento, se permitió (como está previsto) que se pudieran registrar todos los que, en nombre de una organización acreditada, quisieran estar allí. El Secretariado de la Conferencia, por tanto, sabía la cantidad de personas que se habían registrado para participar y no podía alegar desconocimiento. En cambio, para garantizar el buen funcionamiento de la cumbre no se tomaron medidas para evitar el overbooking (limitando en número de inscripciones por organización), ni se tomaron medidas para cuando la situación se desbordase. Sencillamente, la organización permaneció expectante hasta que el sistema colapsó.
Desde Bali, aunque las conversaciones no avanzaban (o lo hacían demasiado lentamente), aunque los plazos caían sin alcanzarse objetivos, se fue dando por entendido que Copenhague lo solucionaría todo. Finalmente, no ha sido así, sino todo lo contrario, y el proceso ha terminado en fracaso.
Como decía el genio, no podemos resolver los problemas usando el mismo tipo de pensamiento que los creó. En Copenhague se tenían que resolver problemas globales y todavía vamos (todos) con los intereses y las agendas o prioridades locales (estatales, o de las organizaciones o universidades...), sin una visión y política global.
Había miles y miles de observadores, pero poquísima de esta gente puede influir directamente en las negociaciones. Entonces, ¿era necesario que estuvieran (estuviéramos) allí? Sí, sí que lo era, ya que esto potencia la propia conferencia, favorece que se concentre en un mismo lugar mucho conocimiento, propuestas... sobre el cambio climático y permite que haya una dinámica de trabajo, de intercambio, de aportaciones y de visiones impresionante. Pero no puede ser que esto mismo bloquee el funcionamiento de la conferencia, tiene que haber una organización que ponga los límites. Para que funcione, es necesario establecer un nuevo procedimiento de trabajo y que alguna institución se haga cargo del funcionamiento en su globalidad.
Esto mismo está pasando en el proceso en global: seguimos pensando que podemos arreglarlo mientras se sigue negociando poniendo las prioridades de los estados por delante de las respuestas globales. Este bloqueo hace que Copenhague sea un golpe muy duro para Naciones Unidas. El proceso del cambio climático, dentro de Naciones Unidas, muy desacreditadas, era uno de los espacios de trabajo más serios y bien llevados, y algunos analistas lo consideraban el proceso más multilateral de todo el sistema. Si realmente, hacer frente al cambio climático es muy urgente para toda la humanidad (y creo que debería ser un punto de primerísimo orden la agenda internacional), y el resultado es el que se ha visto, el descrédito para la institución es mayúsculo.
Ahora este proceso queda muy tocado y favorece que la estrategia para hacer frente al cambio climático se desarrolle en otros espacios (como el llamado G-2). Lo tendremos que ir corroborando, pero este cambio tiene muchas consecuencias: el liderazgo de este proceso, hasta ahora llevado por la Unión Europea, pasa a Estados Unidos, las propuestas de solución cambian de las renovables y la eficiencia (propuesta europea) a la captura y el almacenamiento de carbono (propuesta americana) y, eso, lo trastoca todo (tipo de proyectos de investigación que se impulsan, destino de los fondos económicos...).
Ante este panorama tenemos pocas salidas: o reformamos muy a fondo el sistema de Naciones Unidas y relanzamos el proceso de forma multilateral, transparente, justa y democrática, o dejamos que algunos países, que se consideran los líderes del mundo, lleven a cabo las estrategias que más les convengan (algo muy complicado en el actual contexto internacional).
En cualquier caso, el resultado de la Conferencia no es positivo, porque no tenemos el acuerdo que necesitamos y, por tanto, esto no soluciona el reto que debemos afrontar. Por eso, como en muchas otras ocasiones, debe ser la sociedad civil quien coja el testigo y desarrolle los procesos de coordinación social que permitan implementar nuevas soluciones. Las redes globales mejor trabadas que ha habido hasta ahora -algunas conocidas como Greenpeace, pero otras, mucho más jóvenes, más de base y funcionando electrónicamente, como avaaz.org o 350.org- han marcado un punto de inflexión en este aspecto.
Ahora falta un paso más: la sociedad civil ha de llevar a cabo estrategias con los gobiernos más predispuestos y más preocupados por el cambio climático: los gobiernos locales y regionales de todo el mundo (especialmente de los países ricos), para desarrollar proyectos que permitan revertir el calentamiento del planeta. No es hora de pedir acuerdos, ahora hay que implementar proyectos.
Fuente (Artículo e imagen): Ecoticias
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